En breves días se cumpliran 32 años de un brutal atentado terrorista: la voladura de un avión de la compañía Cubana de Aviación, con 73 pasajeros a bordo. Los autores y promotores del hecho junto a secuaces mercenarios, fueron Luis Posada Carriles y Orlando Bosh, ambos ahora peinan canas y viven una vida fuera de las rejas. Tras ellas es donde deberían estar por tan abominable acción. Sin embargo, Miami es su rincón de reposo, y el gobierno norteamericano su abogado defensor. No puede ser de otra manera porque precisamente ese terrorismo de estado que se practica en Estados Unidos acoge a sus polluelos, dándole impunidad a criminales. Dios los cría y ellos se juntan.
Me agrado la crónica del colega Marcos Alfonso que publicara en ARGENPRESS, la agencia de noticias argentina, refresca la memoria, por eso la reproduzco aquí.
Monstruoso crimen en Barbados
Marcos Alfonso (AIN, especial para ARGENPRESS.info)
Hace 30 años estuve en Barbados al regreso de Angola. Cuál no sería mi sorpresa cuando solo pude conocer el país desde el aire pues, por razones de seguridad, no podíamos siquiera ingresar al edificio de la terminal aérea.
Resultó inolvidable experiencia para quienes realizamos aquel vuelo, pero todos, sin excepción, comprendíamos las razones: hacía apenas dos años antes, desde ese propio aeropuerto, se cometía el atroz asesinato de 73 personas.
El seis de octubre de 1976, frente a las costas barbadenses, estallaba en pleno vuelo una aeronave de Cubana de Aviación con su preciosa carga humana a bordo, entre ella el equipo juvenil de esgrima de la Isla que regresaba victorioso a la Patria, luego de brillante actuación en Caracas.
Cuatro individuos de la peor calaña concibieron y ejecutaron tan monstruoso crimen sobre pasajeros civiles, bajo el conocimiento y la protección de la CIA norteamericana.
Sobre las negras conciencias de Orlando Bosch y Luis Posada Carriles, así como de los venezolanos Freddy Lugo y Hernán Ricardo, recae tamaño asesinato.
En conversación sostenida en plena prisión por la periodista venezolana Alicia Herrera, autora del libro: “Pusimos la bomba... ¿y qué?” con Freddy Lugo, este le contaba que Hernán Ricardo se había pasado de bocón.
--Si... ¿y qué dijo ahora?, preguntó Alicia.
--No, no es nada nuevo –ripostó Freddy- pero hacía tiempo que no lo decía. Tu no te puedes imaginar cómo nos ha perjudicado ese desgraciado... yo no sé qué se puede hacer para mandar a callar a ese desgraciado. Figúrate que el muy sinvergüenza ha gritado en el patio de ejercicios que sí, que fuimos nosotros los que tumbamos el avión. Bueno, Bosch y yo lo que hicimos fue mirar para el otro lado cuando el loco Hernán gritó delante de unos soldados y un oficial: “Nosotros pusimos la bomba, ¿y qué?”.
Sin embargo, semejantes cuatro criminales durante el tiempo en que permanecieron tras las rejas reían, bromeaban, recibían amistades de todo tipo y toda laya, organizaban cenas y esperaban pacientes, como aconteció, que los pusieran en libertad, sin dejarse de jactar de sus felonías.
Tal desfachatez da la medida de que, aún en prisión, se trata de asesinos abominables, incapaces de valorar el significado de la vida humana, sobre todo, de esos jóvenes deportistas quienes estaban en la flor de su existencia.
Lo más indignante, sin embargo, es saber cómo Orlando Bosch y Luis Posada Carriles se pasean hoy con total impunidad por las calles de Miami, Estados Unidos, a 32 años de aquel abominable crimen.
No solo eso, sino que prosiguen con sus actividades abiertamente contrarrevolucionarias y terroristas, sin el menor pudor ni reparo, y con al complicidad de las autoridades miamenses.
El crimen de Barbados ha pasado a la historia como uno de los hechos de terrorismo más repugnantes de la historia contemporánea.
El texto de 216 páginas de Alicia Herrera, resulta insoslayable. Lástima que su contundente denuncia como testigo de las salvajes y repulsivas declaraciones, en la cual puso al desnudo a los despiadados terroristas y a su principal cómplice, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), de Estados Unidos, haya allí oídos y lectores sordos e invidentes.
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