Sunday, September 12, 2010

Hay fechas que no se olvidan


Hay fechas que no se olvidan. No se logran sacar de la memoria. Marcan nuestro espíritu, a veces para la sonrisa, otras para las lágrimas. Y yo no olvido aquel 11 de septiembre de 1980, que dejó un sello particular en mis recuerdos. Ese día asesinaron en Nueva York a Félix García Rodríguez, agregado diplomático, responsable de cuestiones administrativas desde 1977 en la Misión cubana ante la ONU.


El vil crimen se lo adjudicó una de las organizaciones terroristas anticubanas, que se mueven dentro del territorio de Estados Unidos, con el beneplácito gubernamental. Fue impactante para toda la comunidad diplomática, porque según decían, era el primer crimen de un miembro de Naciones Unidas en la ciudad de la Gran Manzana, desde la fundación del organismo internacional.

Por esas paradojas del destino, Félix viajó a Washington D.C., por asuntos de trabajo, junto a otros funcionarios cubanos, unos días antes del fatídico acontecimiento.

Hacía dos años, exactamente el 1ro. De septiembre de 1977, que se había abierto la Sección de Intereses de Cuba en Washington, un arreglo entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, y que significó un canal de enlace directo entre ambas naciones, a pesar de las tirantes relaciones acumuladas desde 1959.

Félix era para mí un viejo conocido, desde sus tiempos de periodista. Ambos estábamos en el servicio exterior, y fue un buen momento para ponernos a conversar sobre variados temas.

Comenzamos con comentarios sobre el vetusto edificio que alberga la Sección, una construcción hecha en 1916, precisamente para Embajada de Cuba, y que por 17 años se mantuvo cerrada, al cese de las relaciones diplomáticas entre los dos estados.

Me decía que debíamos añadirle algunos toques especiales, con cuadros de pintores cubanos y otras cosas más, después saltamos a recordar sus tiempos en Juventud Rebelde, sus peculiares anécdotas en la ciudad de los rascacielos. Y aún más hablamos, pero el tiempo ha hecho que se me esfumen trozos de aquella plática.

Conversar con él era pasar un rato agradable, su criolla simpatía no permitía el aburrimiento. No creo idealizar su imagen, sólo me complazco en rememorar sus rasgos mejores.

A las pocas horas regresó a Nueva York; ni él ni yo pudimos pensar que sería nuestro último diálogo.

Anochecía en la capital norteamericana el 11 de septiembre cuando llegó la llamada telefónica desde la Misión diplomatica cubana neoyorquina para dar la noticia: hacía un par de horas habían asesinado a Félix, cuando se trasladaba en su auto, por la calle de Queen Boulevard y la 55, en el barrio de Queens, hacia Manhattan, donde radica la Embajada.

Al reconstruir los hechos, la policía dijo que García Rodríguez, al salir del semáforo en la mencionada intersección, otro carro se apareó al de él, quien viajaba solo y le dispararon. Un proyectil le alcanzó el cuello. Según versiones, luego de estrellarse su vehículo contra un auto que transitaba en dirección opuesta, los asesinos pararon su carro, descendieron de él y le dieron un segundo tiro en la cabeza. También se detectó que la chapa del vehículo estaba doblada, según se cree, para distinguir el automóvil de otros en el mismo trayecto.

Luego un informante anónimo llamó por teléfono a la UPI para decir que la organización terrorista Omega 7, se responsabilizaba del hecho. Y agregaba que se proponían continuar eliminando a todos los "cubanos de Castro" de la faz de la tierra: "los vamos a seguir ejecutando". Era verdad, otros intentos, frustrados, se sucedieron.

Hace 30 años que Félix no nos acompaña y su asesino Pedro Remón, autor de muchos otros crímenes está libre en territorio estadounidense. Los culpables de su muerte y de numerosos atentados y ataques contra las representaciones diplomáticas de Cuba en la ONU y también en Washington no han sido detenidos por esos delitos.

Todavía guardo en la memoria aquel "hasta luego" alegre de despedida que nos dimos en el parqueo de la Sección en Washington. Tampoco puedo borrar la imagen que se me superpone, la foto que circuló en los diarios norteamericanos de la época, de un Félix con una bala en su cabeza, por donde le corría un hilo de sangre desde la sien hasta su boca, ladeado en el asiento de su automóvil, en aquella ciudad a la cual tanta fama le asiste.

No niego que mis ojos vuelven a humedecerse igual que lo hicieron en aquel septiembre de más de dos décadas al saber del crimen; y el recuerdo acude tan crudo como si lo volviera a vivir, y hasta la rabia retorna con fuerza.

Por eso, yo también reclamo justicia, no sólo por el amigo, sino por todos los asesinados por estos terroristas que están apañados por Estados Unidos. Que se juzguen a esos criminales. Que se juzgue a Posada Carriles y sus compinches. Que prime la justicia.