No existe la descripción verbal, para poder contar el desastre que causa un huracán. Ni siquiera las fotos abarcan en toda su dimensión la catástrofe. Por mucho coraje que se tenga, percibir lo que es capaz de hacer la Naturaleza en pocas horas acongoja al corazón.
El paisaje nacional son casas destruidas, calles bloqueadas por la caída de árboles, torres de tendido eléctricos por los suelos y campos de cultivos devastados. Cientos de miles de viviendas han sido echadas por tierra, grave problema si tenemos en consideración el déficit habitacional antes de estas tragedias, y el cual se estaba tratando de revertir.
Vientos imponentes arrasaron con todo lo que encontraron a su paso.
Gustav y Ike dejaron una ruina en Cuba. A pesar de la exitosa actuación de la Defensa Civil cubana, un organismo con una disciplina organizativa extrema y un gobierno que pone de su parte para que nadie quede desamparado, los estragos son muchos.
Para nosotros los caribeños no es tiempo de desanimo.
Pero tal vez para quienes tienen poder de decisión en algunas esferas mundiales, debían sentarse a pensar que quizás aún estén a tiempo para hacer algo que revierta en parte el daño climático, porque en distintos puntos del planeta se observa como los fenómenos meteorológicos se manifiestan cada vez más con mayor ferocidad.
Recuerden el viejo refrán: cuando veas las barbas de tu vecino arder… pon las tuyas en remojo.
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